Aunque las visiones postmodernas ofrecen un mundo sin trabajo ni penurias, en Chile observamos una intensificación de las jornadas laborales, una extensión de las horas trabajadas, relaciones laborales jerárquicas y autoritarias, una presión creciente sobre los cuerpos, reflejada en sostenida accidentabilidad, enfermedades profesionales y molestias laborales (inscritas éstas, en una amplia zona de disconfort y disconformidad no regulada) y una debilidad social de los trabajadores para responder como sujeto de acción política. Todas estas paradojas de la modernidad, arrojan algunas duda sobre la unilateralidad del futuro ofrecido. Las cuatro notas que se presentan son distintas miradas sobre las penurias del trabajo, cuestión central de la moderna organización social chilena, pero marginal a la hora del debate y las soluciones.

I

La presencia del trabajo entre nosotros es indisoluble con la colonización. La disciplina laboral para iniciar las labores mineras, surge como una violenta cruzada de esclavitud, tortura y muerte. La revisión de los primeros documentos acerca del trabajo en Chile, revelan la morbimortalidad espantosa de los indios, la sistematización del castigo para los rebeldes y la necesidad económica que tuvo la autoridad colonial de presentar alternativas a esos métodos descarnados. Mucho de lo que Polanyi analizó en La Gran Transformación como disciplinación laboral forzada en los albores de la revolución industrial, tienen su doloroso correlato en el Chile conquistado. Los primeros documentos de la salud ocupacional de Chile surgen de esos textos: La tasa de Villagra destaca por su preocupación por la salud de los indios “V.Item. Ordeno y mando que los indios e piezas que anduvieren en las dichas minas si alguno adoleciere o se parare flaco de manera que se entienda del que no está sano lo saquen de la dicha cuadrilla hasta que esté sano y recio y entre tanto que estuviere holgando le den su ración ni mas ni menos que si trabajare y los mineros que lo trujeren a cargo sean obligados a curar a tales enfermos y para ello los señores de las cuadrillas los provean de aceites, solimán y cardenillo e alumbre y algún ingüento y lancetas para sangrar, de suerte que todos los mineros estén proveídos dello, lo cual hagan los señores de las dichas cuadrillas so pena de cien pesos al que lo contrario hiciere”. Quizás la formulación de Santillán debe estar incluida como la primera limitación de manipulación manual de carga “Asimismo, porque tuve bastante información de que la cosa de que los naturales de aquellas provincias sienten mas vejaciones, son el acarrear de las comidas y herramientas y otros bastimentos a las minas, por ser los asientos dellas muy distantes de sus pueblos donde se siembran, y como tenían los encomenderos libertad de echar los indios en el asiento de minas que querían, acaecía que al medio de la demora descubrirse alguna quebrada en que se sacaba algún oro más, y luego mudaban a todos los indios allá, aunque fuesen cuarenta o cincuenta leguas de allí, acarreaban con los indios cargados las herramientas e comidas, y a veces en una demora, que son ocho meses, se mudaban de esta suerte dos o tres veces, de que los indios recibían gran vejación, por lo cual ordené que las dichas comidas no se pudiesen acarrear en indios, salvo por aquellas partes y lugares que no pudiesen andar bestias cargadas.” . Sin embargo, estas preocupaciones son excepcionales en estos textos marcados por mutilaciones, torturas y trabajo, que inician la regulación de las relaciones laborales en Chile: “Item, cualquier esclavo o esclava que estuviere huido fuera del servicio de su amo mas de tres días e menos de veinte, el que lo prendiere ora sea alguacil o no lo sea, tenga de derechos diez pesos, los cuales pague el amo de tal esclavo o esclava, al cual esclavo o esclava le sean dados doscientos azotes por las calles publicas por la primera vez y por la segunda doscientos azotes e se desgarrone de un pie e por la tercera al varón se le corten los miembros genitales e a las mujeres las tetas”.

La historia del trabajo, a partir de esta sangrienta fundación, estará marcada por la resistencia y la violencia. La respuesta a las disidencias laborales de portuarios y artesanos, campesinos y obreros marcará la historia de las salitreras y el carbón. Con profunda sospecha, Armando Uribe ha señalado que en el mundo del cobre se ha realizado una ocultación intencional. Esa invisibilidad del cobre, es aún más relevante para las relaciones laborales del sector industrial y de servicios.

II

En efecto, las relaciones laborales en nuestro país han estado marcadas por el autoritarismo. Con la notable excepción de la Unidad Popular, en que se asiste a un desarrollo de participación y de creatividad obrera en los lugares de trabajo, mayoritariamente la vida laboral ha estado cruzada por autoritarismo, jerarquía y discriminación, políticas que conspiran contra la innovación, creación de tecnologías y productividad del trabajo.

Aunque hoy se hace gala del intento de innovar y desarrollar nuevas organizaciones del trabajo, seguimos bajo la sombra del taylorismo. Los puestos de trabajo siguen estando regulados por el cronómetro y la figura del supervisor. El trabajo en Chile es una actividad de vigor físico, repetitividad, ruido, carga, puestos de trabajo inadecuados e inconfortables. El espacio industrial en muchos casos está organizado como el panóptico de Bentham, en que desde un segundo nivel, los administradores pueden observar toda la línea del proceso. Los círculos de calidad y las disposiciones del Layout innovadoras, la informatización y la automatización, han permanecido inscritas en las líneas de continuidad de la intensificación de ritmos y el bloqueo de la participación laboral.

III

La posibilidad de avanzar en innovación, tecnología y un buen trabajo, debe considerar esa desconfianza, el autoritarismo y las jerarquías. El desarrollo nacional de la Ergonomía está claramente confrontado con estos problemas. Aunque tenemos una larga historia industrial, la salud ocupacional sólo en el siglo XX se transformó en una ocupación estatal y del sector privado. Se conocen desde 1830 al menos cuatro momentos de industrialización: 18370-1870, 1891-1920, 1940-1970 y 1986 a la fecha. En todos ellos seguramente se han planteado cuestiones relacionadas con la salud ocupacional y la ergonomía, factores de riesgos y necesidades de regulación. Sin embargo, hasta la fecha no existe ninguna norma vinculada con materias tan cruciales como manipulación manual de carga, posturas anómalas o patología músculo esquelética de extremidades superiores. La preocupación por las condiciones ergonómicas del trabajo ha sido débil y ha estado concentrada en uno o dos centros universitarios e instituciones privadas (Mutuales y Consultoras). En el sector estatal, la situación de la ergonomía es aún más precaria. Las instituciones de salud ocupacional del sector salud carecen de profesionales postitulados en ergonomía, los laboratorios de referencia en Salud Ocupacional no realizan técnicas relacionadas con este ámbito de la salud ocupacional y los trabajadores de medicina del trabajo del sector público no incluyen dentro de sus fiscalizaciones y acciones de control, estos considerandos. En 1995 se promulgó una norma para intentar abordar aquellos trabajos antiergonómicos (Trabajos Pesados), es decir cuyas condiciones son amenazantes para la salud de quienes lo ejercen. La idea era encarecer esos trabajos (aumentando la cotización previsional y proponiendo una jubilación anticipada) para incentivar por la vía de los costos, el abordaje ergonómico de esos trabajos y su modificación. El resultado ha sido inverso: el listado con que inició su trabajo en 1997 la Comisión Ergonómica Nacional incluía 366 trabajos calificados como pesados. Desde ese momento hemos asistido a una explosión de trabajos pesados, que han cuatriplicado la cifra original: a fines del 2001 el listado poseía 1639 oficios, calificados como Trabajo Pesado. Esta cifra es reveladora de la extensión de las condiciones antiergonómicas de trabajo.

IV

Las cifras de accidentabilidad laboral que bordean el 10%, tienen en su reverso la magnitud indeterminada de mortalidad. Desde el Ministerio de Salud se ha realizado en los últimos años un vigoroso intento por construir la magnitud de los accidentes del trabajo fatales, a través de la notificación oibligatoria de los casos. Podemos hoy señalar documentadamente, que cada año mas de 300 trabajadores en Chile mueren por accidentes del trabajo. Esta cifra debe alcanzar las 700 muertes si se proyectan los datos obtenidos a través de fuentes indirectas y la tasa de accidentes fatales de América Latina y caribe de 13.5 por 100 000 trabajadores. Los certificados de defunción contienen información útil para esta tarea, pero no se ha establecido como una obligación la inclusión de este rubro en el registro. En USA esta medida contribuyó notablemente a establecer la magnitud de los accidentes fatales del trabajo y calcular la dimensión social y económica de la salud del mundo del trabajo, revelando que los costos de enfermedades y accidentes del trabajo alcanza los 155 billones de dólares, es decir el 3% del PGB, cifra que es muy superior a la del SIDA, estimada en 30 billones y de la Enfermedad de Alzheimer de 67 billones, y comparable al costo del Cáncer, estimado en 171 billones y cardiovasculares en 189 billones.

También las cifras de accidentabilidad no muestran la magnitud de las enfermedades profesionales en Chile. Los datos son realmente pobres y de difícil acceso. Los mejores registros nacionales bordean los 5000 casos al año. Una estimación general para USA habla de una incidencia (casos nuevos por año) de 59.7 por 10 000 trabajadores. Esta cifra proyectada a una población laboral de 5 millones, nos señala 30 000 casos nuevos por año de enfermedades causadas por el trabajo.

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